miércoles, 3 de junio de 2009

Cada día la soledad se deleita con migajas de alma mientras que una almohada colecciona lágrimas por las noches cuando las luces se apagan.
Sonoros visitantes nocturnos apabullando oídos cansados del cotidiano pesar, buscan saciarse de uno.
Y aquella mente, aturdida de pensamientos que habitan hace tiempo allí, necesita descansar de ella misma.
Un cuerpo yace inerte sobre sábanas percudidas de tanto sueño agotado;
dentro de ganas descoloridas, mientras el calor azota las escasas energías que el día dejó.
De cerca se oye el soplar del viento que no llega a alivianar la habitación, pero imaginar a las hojas del árbol que danzan allí afuera, ayuda momentáneamente a verse como parte de ellas y entonces respirar.
De repente la noche pretende hacerse eterna dando lugar al deseo irreal de que el sol mañana se tome un recreo y si posible fuese, el día que le sigue también.
Y así por dentro el vacío sin modificarse, se vuelve lluvia, la misma con la que ese cuerpo arrojado allí, convive silenciosamente dentro del ruido propio y ajeno del ser y estar.

(hola)

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